Un trayecto y tú

En ciertas ocasiones nos aferramos a un pensamiento o, mejor dicho, a un reto que te has propuesto sin sentido alguno, como por ejemplo la necesidad de huir de un sitio donde estás bien ahora mismo por miedo a volver a estar mal en un futuro. Pero entonces hay algo que no sabes qué es, pero que no te permite llevarlo a cabo. Y es que por más esfuerzo que le pongas te es imposible por motivos desconocidos para ti. Te quitas: te lo ponen. Te vuelves a quitar: te lo ponen otra vez. Y lo vuelves a intentar y de nuevo ocurre. Y da igual cuantas veces lo intentes que siempre va a seguir ahí, perenne como si no hubiera nada más importante que tú. Y entonces sin quererlo te vuelves a encontrar ante la misma situación: ¿eres el trayecto? O ahora sí eres tú.

Aquí, sentada bajo la luz de la luna, el mar en sus tonalidades más oscuras de fondo y enormes acantilados a mi derecha, sola, me siento completamente libre, alejada de todo problema, de cualquier mínima cosa negativa, de cualquier mal pensamiento que me perturbe, como si todo lo que me hace sentir insuficiente y vacía desapareciera. Por un momento parezco inexistente, ajena al mundo, y es de las mejores sensaciones que estoy experimentando en mucho tiempo.

Escribo y me desahogo, escribo y son balas directas, escribo y me arde la mano, escribo porque si no podría ahogarme entre tanto pensamiento.

A veces ni una misma entiende lo que hay en su propia cabeza, pero es que tampoco es tarea fácil. Últimamente tropiezo con un garabato sin sentido ni forma, y si al menos pudiera ver dónde comenzó a formarse, quizás, y solo quizás, podría desenredarlo. Mientras esto se soluciona me limito a continuar sin más, a la espera de que decida soltarse o apretar más fuerte.

Simplemente pasa que un día ya no quieres más trabas, ya no te gustan las cosas difíciles, la etapa de proponerte un reto sentimental ya pasó. Pasa que ves una piedra en el camino y decides darte la vuelta y abandonar, ya conoces la piedra y ya conoces el final del camino. No va a ser lo que esperas. Pasa que ya estás cansada, que ya no eres la misma. Aunque realmente lo que pasa es que has aprendido dos cosas: la primera es que tú vas por delante de todo y, la segunda y más triste, que no puedes confiar en ninguna persona. Cuando entiendes esto empiezas a entenderlo todo.

Al final todo queda en recuerdos, tú decides si estos te alegran o te amargan.

A veces lo único que necesitas es un vinito, una buena compañía y sacar todo lo que llevas dentro. No más.

Con la cabeza y el corazón discutiendo en un trayecto que se está haciendo cuesta arriba y sin fin, ¿Dónde estás tú? ¿Dónde acaba el trayecto? ¿Quién eres tú?

Piensas, dudas, temes, te alegras, niegas, aceptas, vuelves a pensar, a renegar, luego confías, y a los diez minutos desconfías, luego te ríes y pareces idiota, más tarde lloras siéndolo. Vuelves a pensar. Quieres y no quieres, te acobardas y luego vuelves a ser valiente. Sigues pensando. Y pasa un día, pasan dos... y de repente esto ya lo has vivido, ya lo has sentido, ya lo conoces, y te gusta, pero a la vez no. Lo eliges y lo rechazas, lo tomas y lo dejas. Y te encuentras en una espiral de sentimientos donde no importa las veces que lo hayas meditado, tienes que elegir, y se te hace tarde, porque podría ser ahora, como también podría no serlo jamás.

Entonces, después de muchos intentos, lo entiendes. Entiendes ese cambio de direcciones, ese giro de trescientos sesenta grados, porque el de ciento ochenta no funcionó y vuelves a encontrarte en la misma posición que al inicio. Ese cambio de tornas, las despedidas y las nuevas bienvenidas, los segundos encuentros, las segundas oportunidades, esa gente que ha decidido no formar más parte de tu vida, y la que no te deja ir también, la que regresa como si nada y la que siempre ha estado a tu lado. Entiendes las noches que pasaste en vela, los días sin comer, las miradas perdidas, la soledad no elegida, y la sí elegida también. Entiendes que lo que ha pasado era necesario para que ahora puedas estar justo en el punto en que te encuentras, y no cambiarías nada de lo que te ha pasado, porque gracias a todo eso has encontrado el equilibrio por ti misma.

Tú me has enseñado a quererte y tenerte presente, ¿me enseñas también a borrarte de mi mente?

No hay satisfacción más grande que la de verte de vuelta a ti misma.

Hecha pedazos es muy difícil recomponerse, para eso tienes que recoger los trozos que se han ido perdiendo por el camino, aunque primero debes saber en qué momento empezaste a quebrarte.

He aprendido que hay veces en las que necesitas permitirte estar triste, ausente, perdida, incluso a sentirte sola aun estando rodeada de gente, porque hay ocasiones en las que no existe consuelo que te haga sentir mejor. Luego tienes que ser capaz de cerrar capítulos y aceptar otros. 

Después de una tormenta que parecía ser eterna empiezo nuevamente a ser yo, esa persona a la que había perdido y he extrañado como a nadie.

Mía es la hija número tres del matrimonio Leblanc, los dueños de la casa de moda más famosa de toda Francia. Su traslado a Marsella para colaborar en el negocio familiar la hace tropezar con Louis: una persona aparentemente amable y generosa, pero que en realidad es un ser arrogante, narcisista y egocéntrico que le hace dar una visión equivocada sobre qué es el amor. Por otro lado, Nathan, un amor del pasado que vuelve a su vida para desequilibrarla todavía más. Con los nervios a flor de piel, un vestido blanco y un paseo hacia el altar Mía se debate entre dar el Sí quiero, o huir de aquella nueva vida que apenas empezaba a despegar.

Noches de fiestas, risas y, sobretodo, buena compañía. Hay ocasiones en las que esto te salva del caos, aunque solo sea por un rato. Gracias a esas buenas compañías que sí son amigas.

Nunca sabemos qué camino va a ser el bueno, solo hacemos una elección a ciegas, a veces sale bien y otras, simplemente, no sale.

El ronroneo de la cabeza no para, te preguntas una y otra vez por qué: por qué pasan las cosas, por qué has entrado en un bucle en el que eres incapaz de salir, por qué esto sí y esto no, por qué tú no puedes controlar la situación, por qué quieres esto y no aquello, por qué quieres y no quieres, por qué donde debería ser no quieres que sea y donde no debe ser sí quieres, por qué tú no decides si eres tú.

Las llamadas perdidas de Marie y el mensaje de texto que le había dejado a Nathan en el móvil le dieron luz y paso al sentimiento de felicidad. Después de leer: «No se ha casado, novia a la fuga. Repito: novia a la fuga», la sonrisa no se borró de su cara en ningún momento. ¿Qué debía hacer? ¿Volver a París? ¿Esperarla en Marsella? Se había montado una película él solo. Ya visualizaba el futuro con Mía, y es que, desde su ignorancia, todo parecía salirle a pedir de boca. Se fue a su casa y, sentado en el sofá, esperó y esperó una llamada de ella. Una llamada que nunca llegó. Los meses se le echaron encima y él seguía esperando. Nunca se supo qué había pasado con Mía, pero toda su familia se puso a buscarla como locos por toda París y toda Marsella. Se fue sin dejar rastro. Una fuga completamente limpia, sin dejar una mísera pista de dónde podría haber ido.

Es irónico cómo la persona que mejor te ha hecho sentir ha sido también la que peor te ha hecho sentir.

Los días avanzan y tú parece que no has aprendido nada, ni quieres hacerlo. Pasas de una emoción a otra sin ton ni son y sin explicación alguna, no controlas tus sentimientos y eres incapaz de poner orden en tu propio caos, pero te gusta. Te gusta ese caos, te gusta ese remolino de emociones incontrolable que te caracteriza y te hace ser tú. Estás viendo venir el desastre con antelación y, aun así, decides tirarte en plancha sobre él. Eres todo sentimientos, no te entregas con facilidad y, cuando lo haces, lo haces al cien por cien. Asusta tu intensidad desmesurada porque no estás hecha para cualquier persona, y te encanta. 

Nathan seguía esperando que Mía apareciera en cualquier momento de vuelta, con él, aunque poco a poco se trataba de convencer de que aquello no sucedería. Había tenido cierta obsesión con aquel pensamiento, día tras día había pensado en ella. Leyó y releyó una y mil veces aquella carta. Si la hubiese leído antes de subir al avión habría corrido tras ella, él mismo se habría encargado de sacarla de la iglesia. ¿Qué habría pasado con Mía? ¿Qué idea loca se le pasó por la cabeza que la hizo desaparecer del mapa? Parecía no haber existido jamás. Su fantasma se colaba en los pensamientos de Nathan para atormentarlo noche tras noche. Iba a perder la cordura a ese paso.

 Un día más, triste, pero en otra sintonía. Estar entretenida constantemente me hace olvidar por momentos que no estoy pasando por mi mejor momento, aunque tengo que decir que me encuentro mucho mejor.

Los momentos de soledad son los que me hacen parar a pensar si realmente sé lo que es el amor. Parece una tontería pero no lo es. Te paras y analizas la situación, estás con una persona verdaderamente bien y, de repente, como si fueras un cero a la izquierda, se deshacen de ti, justo cuando pensabas que lo que tenías era real. Entonces te das cuenta que no sabes realmente si alguna vez te han querido de verdad o solamente eras un pasatiempo a conciencia desde el principio.