lunes, 14 de noviembre de 2022

La llamada que se repite

El estruendoso ruido del móvil me despertó y por un momento pensé que ya era de día, pero miré el reloj y pude ver que solo eran las tres y veinte de la madrugada. Una llamada a aquellas horas no podía ser para nada bueno. Miré al otro lado de la cama y pude ver que Marcos no estaba a mi lado, se había tomado bastante en serio la discusión que tuvimos antes de acostarnos. Miré la pantalla del móvil que seguía sonando, en la que decía: “Número desconocido”, mientras me encaminaba al salón para verificar que estuviera durmiendo en el sofá. Marcos no estaba. Volví a mirar la llamada y, ahora sí, el miedo se abrió paso dentro de mí. Deslicé el símbolo verde con el dedo tembloroso y, esperándome lo peor, respondí con un “¿sí?”, que apenas podía oírse. Mi garganta estaba seca a la espera de una respuesta del otro lado del teléfono. Se oía de fondo un sonido que no lograba descifrar con claridad, era algo como a mar revuelto, al romper de las olas.


—Perdóname por esto —fueron las palabras exactas que Marcos soltó por la boca.


—¿Marcos? ¿Dónde estás? ¿Qué estás…? —los pitidos a modo de fin de llamada no me dejaron acabar siquiera la última frase. Había colgado.


El pánico se había apoderado de mí y, sin siquiera ponerme algo de ropa, salí de la casa como alma que lleva el diablo. No sabía a dónde iba, solo me dediqué a correr hacia cualquier dirección entre sollozos y lágrimas. Mis piernas no se detenían y yo era incapaz de pararlas, como si supieran exactamente dónde se encontraba Marcos. Mi cuerpo parecía estar poseído y siendo manejado por otra persona que no era yo. Al doblar la esquina ahí pude ver el acantilado. Mi corazón palpitaba con fuerza y a tanta velocidad, que pensé que en cualquier momento se saldría de mí. Caminé con lentitud hasta el borde del precipicio y fue ahí donde lo pude ver. Su cuerpo bocabajo flotando en el agua me dejó petrificada. No dudé ni un segundo que era él. Di un paso al frente completamente decidida y, justo cuando dejo de tocar el suelo con uno de mis pies, unos brazos que tiraron de mí me arrastraron hacia atrás para detenerme. Yo pataleé y grité que no me detuvieran mientras me ahogaba en mi propio llanto, estaba completamente ida, la desesperación estaba consumiéndome en cuestión de segundos y yo no era capaz de frenar ese dolor que se abría paso en mi pecho sin ningún permiso. Mi respiración se entrecortaba y, por más que me hablaban empezaba a perder las fuerzas incluso para pronunciar palabra. Un trayecto en coche y de vuelta en mi cama. “No se ha tomado la medicación”, dijo una voz a lo lejos mientras un conjunto de pastillas adornaba mi mesita de noche. Mi cabeza solo pensaba en Marcos, en su cadáver flotando en el mar, en aquella llamada, en que se fue de aquí sin esa reconciliación que nos faltó, en que nunca tuvimos una mísera despedida, y es que hasta para suicidarse fue un egoísta. Entonces caí rendida en un profundo sueño.


Marcos hacía siete años que había fallecido.


Desde entonces ando algo desorientada, el teléfono no ha parado de sonar en mi cabeza desde ese día.



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